Tacones en la oscuridad.


Hace ya muchas lunas de aquel incidente y tal vez no vale la pena recordar pero la mente es la más impertinente a la hora de desempolvar recuerdos al anochecer. Supongo que fue una Semana Santa debido a que ese era el periodo fijo en el cual viajaba junto a mi madre a un pequeño pueblo en el estado Falcón, debíamos por regla visitar parientes que debido a el tamaño del lugar, quizás o en un porcentaje típico de un pueblo, los habitantes en su mayoría eran familia, comúnmente primos y más primos. Muchas veces la emoción no me embargaba porque la naturaleza de esa semana era estresante, saludar y saludar a personas dueñas de nombres que se perdían en vagos recuerdos, en un baúl sin fondo y sin futuro, donde tan solo el propósito de regalarme un saludo era el averiguar e investigar mi vida en la ciudad con el siniestro plan de adulterar la historia y crear un chisme con el cual entretenerse ventana a ventana cuando la luz se iba y el horario de las seis estaba libre para intercambiar palabras.

En esa época estaba en mi último año del liceo y el estrés es un individuo que vive constantemente a mi puerta con el cual suelo tener recaídas, no teniendo más que un resultado devastador y terminando por pagar mis rabietas con todo el mundo, especialmente con mi madre porque en ese entonces yo no contaba ni con un novio en la puerta.

La noche que todo paso y la que me atormento por un buen tiempo se vio caracterizada por una suave llovizna , sutilmente dejando reinar el petricor y un pueblo a oscuras. No entiendo de cables ni sistemas eléctricos o el horario de mi país, quizás era una medida de racionamiento pero se decía que si mirabas hacia el otro pueblo en medio de los cerros y este tenía indicios de energía eléctrica, era una indudable señal de que en mi pueblo o el pueblo de mi madre, la luz no retornaría por horas y quizás días, lamentablemente ese fue el caso aquel día.

Debo mencionar que soy asmática y estoy en contra del amor hacia el cigarrillo, nunca he fumado ni lo haría pero si mal no recuerdo aquella tarde unos primos estaban fumando y yo no me aparte, no me agradaba el olor pero si la conversación, acto ni razón que no le agrado a mi madre y por la cual en esa noche lluviosa y a oscuras desato una discusión, tal vez no fue un huracán pero si una discusión con la persona que más amo en mi vida.

Esa discusión causo una vibración y tensión en el ambiente, no podre relatar las palabras exactas debido a que mi mente es amante de suprimir ciertas cosas, una cotidiana olvidadiza. Estoy segura que fueron palabras sin sentidos y carentes de un sentimiento verdadero, pero en su momento marcaron a mi madre, algo inevitable para cualquier mujer con instinto maternal, ahora lo comprendo, ya que ahora soy merecedora de eso.

Mi abuela fue testigo de aquello y me pidió guardara calma, en sus sabias palabras me recordó que una madre es sagrada pero ya el agua estaba lanzada. Era hora de dormir y por la molestia del asfixiante calor, sacamos colchones al porche de entrada donde la brisa se adueña de la casa. No debo olvidar mencionar que la brisa estaba bien pero el silencio me aturdía como es típico al vivir en la ciudad y por unos días estar en el campo.

Ya recostada y apunto de dormir en un pequeño rincón escuche sus pasos, se sentían tan cerca e iban aproximándose, tacones de mujer subían los escalones del cerro hacia la casa y lo sé muy bien, un sonido inconfundible lleno de elegancia. Era de extrañar debido a la fuerte razón que eran pasada las 2 de la mañana, lo confirme en mi teléfono y me dispuse a sacar una conclusión, descarte fuera alguna de mis primas llegando de parranda, déjenme decir que ninguna usa tacón en unas calles tan agrietadas. A medida que el sonido avanzaba sentía como un hielo recorría mi columna vertebral, estoy segura que definía una línea perfectamente vertical y por primera vez sentía cada nervio y centímetro de mi ser; si me hubiese mirado en un espejo seguro estaría blanca como un papel sin contar que mi piel es morena. En mal momento recordé el dicho de mi abuelita en donde citaba “a las 3 de la mañana salen los muertos”, pero mala suerte y bendita mi curiosidad o el hecho de que no podía cerrar los ojos ni moverme ya que sentía algo me lo impedia. Allí los vi, unos tacones negros que nunca había visto en mi vida, elegantes ni nada vulgares pero un poco maltratados, sin dueña, en medio del lugar donde varias personas dormían, menos yo.

La noche era fría o quizás yo era un cuerpo consumido en aquel lugar, flotando a medida de los segundos pero sin poder mover ni un pulgar. Cuando le vi, no pude cerrar los ojos, mis lágrimas salían y ardían. Ella o eso era tan hermoso, de carácter inefable, la belleza que aspiras en el fondo y que te hace sentir incompleta; no entendí donde llevaba los tacones, en el momento que intente desviar mi mirada me di cuenta que bajo esa túnica o trapo blanco solo flotaba y cuál fue mi horror querer mirar esa belleza de nuevo para solo encontrarme con el infinito y profundo color tal vez de su alma, algo tan vacío que no sé dónde estaba su cara. Sentía que me miraba pero no entendía de donde, sentía como su visión me penetraba y en medio de aquella, ahora maraña de pelo, de repente solo se encontraba la cara de una anciana, horrenda y lo contrario a angelical, verrugas consumían su cara y a falta de ojos porque estos no aparecieron, seguía mirando el infinito y sentía que eso de alguna forma e inexplicablemente me estaba consumiendo, dando paso a susurros cerca de mí, y con un misterioso autor de aquellos.

Entre el inexplicable hecho de que sentía me estaba consumiendo como una vela por la inesperada visita de un o algo, denle el nombre que quieran. No me di cuenta que estaba mojada por mis lágrimas y había estado llorando a gritos como quien llora en un funeral, hasta que mi madre se acercó y me acunó. Como una bebé entre sus brazos me encontraba y sin darme cuenta esa cosa ya se había marchado, no sé explicar que fue todo aquello pero sé que nunca más dije cosas sin sentirlas y que una madre, como diría mi abuelita, una madre se respeta. Aquí me encuentro en el porche de entrada y nunca podré olvidar que a las 3 de la mañana, se levantan los muertos.


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